Obviamente los editores de esta nueva edición de “Un humano cualquiera”, desconocen que al igual que Oliverio Girondo estoy en contra de los prólogos, y como el autor de “Veinte poemas para ser leídos en un tranvía”, intenté por años ser como un guerrillero contra los prólogos.
Cuando publicó los “Veinte poemas para ser leídos en un tranvía” en 1922, Girondo lo prologó con una carta a su amigo Evar Méndez*, diciéndole que un libro (y más uno de poesía) se debe explicar por sí mismo, sin prólogos que lo justifiquen o lo defiendan.
Desconocen (los editores de esta nueva edición) que creo como Almudena Grandes que los verdaderos prólogos son capítulos o paginas cero.
Sin embargo, Girondo escribió un prólogo. Es un texto antes del libro que, de alguna manera, justifica, sino los poemas, al menos el hecho de que carezcan de prólogo. Se podría titular en lugar de Prólogo, a secas, algo así como A manera de prólogo, que es otra categoría que ha atacado a los más extraños, inadecuados, incoherentes o irreverentes prólogos de la historia de la literatura. Por otra parte, ha dado lugar también a grandiosos trabajos, muy adecuados como la antesala del texto cuya lectura desean compartir.
Leí una y otra vez, los poemas de “Un humano cualquiera” y me detuve en la “introducción” donde Alonso de Molina expone que “…Escribir, de alguna manera, es transmitir a los demás aquello que llevamos dentro, un relámpago, quizá, o, tal vez, un hambre”. Hambre que en mí se despliega noche a noche con la lectura (antes de dormirme) de un poema, que bien pudo ser “Fue así que me parió mi madre” -que a mí también me parió mi madre no una noche de enero, sino un casi mediodía de febrero- o “El mismo hambriento de siempre” o “Ardiendo en el perfume que regala la noche”.
Nuevos poemas fueron agregados a esta segunda edición quizá –no lo sé, lo intuyo- para que en la “Mesa de los poetas” (de la que habló Apollinaire- no falte nada, sin “derroches de silencios” […] “ya que palabras que no importan nada”, y en esa curiosidad que me obsesiona me pregunto por la “presencia” de Neruda como llave de muchos poemas de Alonso de Molina. ¿Por qué?...
Habitante de esta otra orilla de la Mar Océano de las palabras, asumo que “la mente es un volcán / que trasciende la vida / con la pasión de un abrazo”.
Propongo leer “Un humano cualquiera”, precisamente como un humano cualquiera, rodeado de relámpagos y con el corazón hambriento.
Propongo, leer noche tras noche un poema antes de dormir, porque “la poesía está en la calle, ha entrado de lleno en nuestras vidas con toda la fuerza del desorden, con todo el inconformismo y todas las decepciones que podemos ser capaces de soportar”.
Hambrientos de poesía: ¡la mesa está servida! Jorge Carrol Guatemala, marzo
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