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domingo, diciembre 28, 2025

Las horas mansas de los lirios



Contenido

Exordio

Capítulo I

  • Un escultor de bronce va tejiendo los lirios con mis manos
  • Mirando un árbol con formas de mujer.
  • Soy feliz imaginando que tú me deseas a mí
  • Toqué su vientre de silencio
  • Yo sería feliz, si en este día te invento
  • Las perplejas aves que levitan el cielo
  • Yo no hablaré mirándote los muslos
  • El cíngulo de venus
  • Un manso Zeus eyaculando estrellas
  • Tu perfume es la espalda que me das
  • Toda tu geografía es trampa
  • Quién después del pan, prende la mecha
  • Aquel beso truncado que me robó la luna

Capítulo II

  • Ella escupió en mi mano
  • El párvulo ritual de su mano en mi boca
  • Todas las espinas que me forman
  • La noche es la música que no oyes
  • Barro que se recrea en su vuelo
  • La noche es para quedarse a vivir en ella
  • Estoy hundido, lo sé, vente conmigo
  • Esta botella amarga
  • Dos círculos de arena marcando los espacios
  • Aquel hombre que se perdió en sus dudas

Capítulo III

  • El rubí de un segundo de cantos y osadías
  • Un acuerdo con la sombra y el miedo
  • Ella cuenta una historia de desastres
  • Esta ciencia errática que no sabe nada
  • Sus caderas y piernas también volaron.
  • Aniversarios
  • Rebirthing
  • Índice alfabético



Exordio

Ella no era mujer de encaramarse al bar, de pedir en la barra un whisky o una soda. En cambio, cocinaba como nadie las verduras, las semillas de sésamo, las manías… todo lo necesario para alterarme, para hacer de mi vida un endémico diluvio.

Quizá fuera la única mujer sin amigas obsesas, No obstante, ella era la única amiga obsesa de sus amigas. A su favor diré que –en contados momentos– se ponía minifalda. Seguía sin beber ni alcohol ni vino, pero sacar mis ojos a recorrer sus piernas no era extraño en ella, así que, dispuesto a no dejar pasar el aire, me apretaba a su talle a bloquearle la boca con mi lengua, rebañando el carmín del perfil de sus labios y en seguida me hacía a un lado, sólo para medirle el short con la mirada, y acariciar sus nalgas como un ritual agnóstico difícil de entender, concluyendo, a veces felizmente, lo que habíamos urdido de forma improvisada. Reconozco su esfuerzo por alegrarme, aunque, por los prietos botines en sus pies delicados, entrañara algún dolor, y mi torpeza rasgara sin remedio algún panty flamante (y la fortuna me premiara con sus rizos naturales al tacto de mi mano).

Sus ojos, voy a hablar de sus ojos. Sus ojos siempre un paso adelante, como larva expatriada bajando a los suburbios. Y cerrando los párpados por si caía un beso. Y el viento, como a cualquier mujer que buscara la urgencia embelesada y dócil, la besaba con rabia. No era docta mi mano ni tampoco gemía por celebrar su helecho, pero llegué a amarla con sus ojos cerrados viajando por el viento. Y el viento, como yo, proseguía su viaje a tallar los diamantes, o sea a ninguna parte. 

Sin pretender entrar en chismorreos ni críticas rabiosas, solía soñar dormida, pero dormía poco, en cambio en su alfombra de antaño, era ella el buen astro que departía cada tarde con sus gatas, un meritorio gozo inexcusable. Jadeante y sudorosa traspasaba vigilias sin conseguir dormir, las noches se le hacían ingobernables y bañaba su rostro en el clareo del día, enmascarando las ojeras con el durazno fresco de la aurora.

Se ceñía los jeans –dejando algunos rotos– y hablaban arrugados los vecinos. Ella, siempre certera, quería ser la niña mala del Vargas Llosa, y trenzaba guirnaldas sobre un mantel manchado de disgustos, mientras, maldecía al Che por no haberla llamado a la revolución. Vietnam quedaba lejos y al Río de la Plata le tenía antojo. Simone de Beauvoir no hubiera hecho carrera de ella, en todo caso, Édith Piaf le hacía tilín, admiró su valor y la escuchaba con agrado. Gustaba de comer la fruta sin pelar, y su olor a manzana la recorría por partes: se estancaba el dulzor en esa curva amable, del vientre hasta los muslos, donde la fruta es sur y fiesta, y al norte de su pecho florecía el sabor.

Tenía alguna herida que voy a contar ahora. Un sino nebuloso, tal vez contradictorio como un planeta manso. Esa era su casa –oh flor de los desiertos– al sur de los destellos y la luna ruidosa rechinando entre dientes. Algún zurcido en su orgullo, cualquier semilla sin germinar del todo, alguna emponzoñada caricia. Quién sabe, si algo en el desván extraviado, quizás un pulso reprimido, la hélice rota de un beso, unas manos impávidas o el porqué de su cuerpo, todavía, a la espera de un semen boquiabierto y voraz. O quién sabe si en su jardín más íntimo, algún lirio la dejara cerrar los ojos y, de algún paisaje anónimo, escuchara un te quiero.   

Así y todo, ella, era generosa. Me prestaba su voz en grito, y a veces, contrariada, se vestía incómoda por alegrar mis ojos con su talle. No es pecado ni falta, acartonarse y huir justo en el momento en que la noche va regalando vértigo y letargo. Era la falla para entrar en su cuarto y aletear con ella. Ofrecía oxígeno y calma, cadenciosas pulsiones que urgían en oleadas como una máquina de guerra, exigiendo en su presa más pasión, a cambio de su alma que la entregaba entera.



Capítulo I

Otras me amaron más, y, sin embargo,
a ninguna la quise como a ella.

José Ángel Buesa. Canción del amor lejano




Un escultor de bronce va tejiendo los lirios con mis manos

Yo respiraba el aire transitando veredas, tenía que mantener mis pies derechos, ponderar el esfuerzo, salvarlo de la escarcha. 

Corriendo como un loco, pateaba las piedras entre gestos cansados, intentaba cruzar la niebla como si fuera otro, pero era yo el que huía hacia el caos de una estatua silenciosa.

Callado como un árbol van mis dientes dormidos sin oficio. Es la sangre imperceptible en la noche, un músculo silente, con los ojos ansiosos, sin ruido.

No entrego más copias de palabras, ni respondo preguntas de adónde van los sueños. Por toda orden mansa voy furtivo al alba a limpiar cicatrices, oscuras como sombras. 

Recién salgo de un sueño. Me consiento toda el agua que cabe en un suspiro, y beberla con vino en una isla ilesa, donde no queden restos de aquel naufragio nuestro.

Mis hebras desatadas se mecen con el viento y un escultor de bronce va tejiendo los lirios con mis manos. 

Todo al fin fue un viaje, un andar exaltado de aquí a ninguna parte.  


Mirando un árbol con formas de mujer.

Es la mujer en rama que ondea sobre los pájaros, el milagro de un árbol que persiste en la vida, un alma recorriendo las calles que dejó la ceniza.

Alguien escalará sus ramas huyendo jadeante de la ciudad dormida, desbordará el mármol a la sombra de abrigo, y relojes dormidos parirán sus minutos. 

Rebosa de horizontes esta mañana quieta en que el sol nos regala luz llena de pasos caminados hacia el mar.

Es oriente a la sombra del poniente. Dios sigue sin poder dormir y la voz de este día insiste en que estoy solo.

Cuándo se apagará el chirrioso silencio que me observa y dice vente-vente-vente.

Vuelve a bajar la niebla. He olvidado las gafas de sol. El día está conmigo. 


Soy feliz imaginando que tú me deseas a mí

Estás conmigo. Tendida sobre mi lado izquierdo. No podría ocultarlo. Mi pecho siente tus latidos, Mi corazón, arrojado a tu pecho, se ajusta a tu diástole y a tu sístole. Mi pulso se acompasa a tu pulso. Todo el sonido de la vida ha escogido este espacio junto a tus venas para que yo también exista.

Escucho el sonido del mundo en tus pisadas. Y yo indefenso, con los ojos cerrados exploro los lugares recorriendo el mapa de tu piel. Existo en ti. Existo porque existe el torrencial de lirios que te forman.

Te deseo. A veces te amo. Ahora te deseo. Otras te deseo y te amo al mismo tiempo. Y otras soy feliz imaginando que tú me deseas a mí. 


Toqué su vientre de silencio

Escribí en el curso de los sauces. Fue su vientre silencio, y el mío deseo. Me arropé en la infancia de un olmo, su magia sin misterio anunciaba silencios.

Su rostro era un beso confiriendo evasivas. Yo dejé mis rodillas al filo del camino y blasfemé su nombre maldiciendo mis pasos.

Ahora tiembla mi voz sin voluntad de calma, y hasta la sangre hierve sobre la herida abierta. Es una noche humilde, en que callan campanas y dos frágiles cuerpos se arrinconan en vida.

Somos rastros efímeros de un paisaje fugaz, el fin del trayecto nos condena al olvido. No hay final sin principio, pero toqué su vientre de silencio y el tiempo se escurría como un reloj sobrado de minutos para que un obstinado éxtasis hallara su momento.

No obstante, todavía, queda el llanto que se insinúa como un árbol sesgado, trasversal al camino donde proclama el sauce su esperanza de vida. 


Yo sería feliz, si en este día te invento

Eres beldad, oh luna de labios incrustados,
hoy dios dispara besos sembrados de licencia,
son besos como boca de una madre, belleza
con nombre del poema que ha calado en mis ojos;
oh piélago celeste, oh mar de las bravuras,
llámame al furor, a la voz inocente;
inclíname en los sueños oscuros de una nube,
proclámame en los ojos las sombras del letargo
que me anuncie minutos, segundos, con los brazos
desnudos, revestidos de sueños sobre el llanto
de suerte, de cabriolas en danza que deshilan
las tardes desnutridas, sin amor, sin pasión.

Yo apartaba las piedras, los ruidos…
y dos peces azules desnudaban mis dudas.
¿En qué mar navegaba la luna sin sus pasos?
¡Mísero de mí, abrí mis rejas sobrevolando mapas!

Oh cabello de plata
oh la oración sufrida
oh vulva acariciada
oh espacio de ternura
oh piélago celeste
oh rincón de los amantes
oooh rincón que proclamas
la hora sumergida
de dos ombligos húmedos
que ahorcajadas besan
la sal y los metales 
de este celeste piélago…

     yo sería feliz, si en este día te invento.

Las perplejas aves que levitan el cielo

Hoy creo en el otoño. En la abierta ventana de los tiempos donde es la piedra izada por el viento. Creo en la isla amarilla del recuerdo, esa mancha translúcida del agua con la arena afirmada en mis sandalias cuando no es la flor la única evidencia de que la vida existe.
Creo en el horizonte como una flor abierta a la ventura. 

Como la mansa brizna que se posa en mis hombros, todo ocurre, nada permanece sellado. El agua se te acerca sonriendo con un tímido saludo hasta tus pies. Con su arrullo de voces te invita a contemplar y ser silencio con ella.

Hoy es otoño. Y creo con firmeza en las perplejas aves que levitan el cielo. Creo algo más en el humo, en los besos, en el fuego, en salvar las distancias, en la mañana nueva, en sus ojos que aguardan y en la gente que observa mis pasos. 


Yo no hablaré mirándote los muslos 

Yo me voy, yo me voy y la gente te seguirá mirando. Con toda la nostalgia en mis hombros, yo me voy. Y la gente te seguirá mirando. De mi te quedará el silencio, aunque yo no hablaré bajito. Yo no hablaré en la espuma ni en el miedo. Yo no hablaré delante de un café. Yo no hablaré mirándote los muslos. Yo no hablaré retenido en montañas. Yo no hablaré exaltado en tus nalgas. Yo no hablaré por señas ni en el cine. Yo no hablaré por ti ni por más nadie. Yo no hablaré por mí. Tú ganarás el fuego y el oxígeno.

Toda tu nada repleta de galaxias, toda tú con tu brillo y quimeras. Toda tú en tu nube de piedra. Toda tú evaporada en pretextos. Toda tú y tu destino de eclipse. Toda tu ausencia llena de ausencias.

Ahora escribo ausencia para nombrar tu nombre. Y dejo hablar al sol que palidezca conmigo. Que palidezca en mi sombra.

Sacrifiqué mis pájaros. Ahora vuelo tras ellos. No soy nada especial, como tantos otros, nací a muy temprana edad. Recuerdo que era invierno y mis labios morados gritándole al frío. Procuro florecer con el alcohol besándome la boca sin levantar cabeza y los pies en la tierra que aprendan a bailar, aunque haya que ir vestido y mis ojos sean hojas que se descubran en otras.

El cíngulo de venus

Quiero morderlo todo, la cereza y el manzano, la voz que te redime, las ascuas de tu mano. Quiero comer tus miedos, los espacios de sombra que destruyen tus sueños. El eco que en el mármol va cubriendo de frío la luna y tus recelos. 

Tus labios, contra el vidrio, silabean palabras que han traído a la noche un ángelus temprano. Calla ahora la rosa, en esta carne humana, mordiéndole los miedos a aquel bronce cansado que se aleja cobarde sin voz entre tus huellas.

He obstinado a mi espalda descargue el equipaje. Siddhartha es el jardín donde murió la muerte. No aguardará Penélope la angustia de otra espera, liberará el olivo su tálamo de tierra y errante el laberinto vagará en sus esferas; la línea siempre viva en la compleja llama de aquel doliente polvo que el cíngulo de venus ha marcado en tus manos.

Un manso Zeus eyaculando estrellas

De la noche, el metal que mueve los anillos. El inútil destino de las horas no olvida lo que soy. Un pez indiferente va a la luna. 

He tirado la piedra sin esconder la mano. He cruzado el océano y he aplastado las cáscaras de naranja en más de una acera. Me he enamorado de ninguna y de todas y he puesto las mentiras boca arriba.

Ahora brota el agua desde el silencio roto de los lirios. Un temporal allega. Voy a decir un poema. No teatralizo. No dramatizo. No declamo ni recito. Voy a decir un poema contigo como fondo, con usted como amigo, con todos en la mesa y en derredor abejas que vomitan el pan con la mansa palabra que reclama una deuda de labios apurados; tal que la casa en llamas que arrasó Orión sin ni siquiera un dios despellejando al buey, y yo, yo, era el perro que orinó en las aceras. Urión. Orión, el niño de las lunas incendiadas. Un manso Zeus eyaculando estrellas. 


Tu perfume es la espalda que me das

Somos ausencia en la ciudad perdida. La noche nos aguarda gritando a las caricias: ¡regresa! Pero la noche es torpe como unos pies que caminan sobre la cuerda floja.

Y voy a enajenarme, voy a hostigarte con canciones antiguas, con mi acopio de insectos; voy a socavar las grietas del sofá, voy a manchar las manchas de café verticalmente enajenado, horadado, desesperado… sentado tranquilamente en la ciudad que habitas, con tus pies aún descalzos, sin andar todavía exiliada y desnuda. 

Oh tus ojos. Tus ojos ya no tiemblan. Tu perfume es la espalda que me das. La noche son un sueño si te sueño con tus dientes callados deshojando horizontes, sin ni siquiera piel luciendo su perfume, gritándole palabras que no son de mi boca.

Pero tú ya no estás.

Lo más sagrado de la vida es la vida. A veces esperamos demasiado tiempo para entrar a la vida. 


Toda tu geografía es trampa

Muchacha. Qué voy a decirte si la distancia son tus manos. El abrigo tu cuerpo. Mi color favorito, bien lo sabes, tus ojos. Tu retina es la imagen de mi sangre. Es una llamarada a que despierte el viento para partir el fuego y revestir la edad de lluvia donde huye, huyen, los instantes sin palabras. 

Qué frío es no tenerte. Qué pan insatisfecho se bordea en tus formas. Toda tu geografía es trampa. Un cuchillo afilado buscando oscuridad.

El silencio es la estatua que confirma su espacio. Mi asombro es la impaciencia por callar. El silencio es el rey que huye hacia el lugar donde todos regresan. Y así mi pecho explora tus dedos y tus manos. Y gritamos. Y sentimos que no nos pertenecemos. Y día a día nos marchitamos. Nos damos miedo. Nos indignamos. 


Quién después del pan, prende la mecha

Esta es la canción que me come los huesos. Las cosas que se dicen y las que no se dicen. Los abrigos que abrigan el despecho. El sereno edredón resquebrajado, el cisne tan amargo del cuchillo, la voz en jaque hirviendo en el aceite, la navaja, si acaso, entreabierta.
El cielo encapotado de tormenta, la quebrada raíz de los desvelos, las hacinas del polvo de los huesos, el degüello constante de la ofrenda. ¿Quién nos clava otoños en la frente? ¿Quién arrecia tormentas sobre el muro que levantó este mundo desde el barro? ¿Quién reviste mis sueños, otra vez, de locura?

Tan grande es la mesa donde escribo que las alas se pierden en virajes sobre letras impresas en el aire, en el lirio que nace en la montaña, en la mano herida de algún fraile y en el agua callada del glaciar que discurre silente y sin nervios por la sangre otoñal de la impaciencia.

¡Quién, quién después del pan, prende la mecha!! 


Aquel beso truncado que me robó la luna

Es curioso, acá se podría derramar el tiempo, el asombroso júbilo de las horas sobradas de minutos, para sumar al verde la añoranza de una primavera en el naciente invierno en que el silencio es aquel lugar donde cantó algún astro esa canción crecida en los espacios que te suman o restan según sea que muerdas en el papel mojado o sobre la desnuda yerba que se adhiere a tu vientre y retoza contigo.

Cierto, sobran minutos, pero a la vez te cargan de ansiedad. Una extraña ansiedad que no entiende de anhelos ni pretensiones.

Y tú miras de frente, pero tus manos cándidas, con toda su torpeza, te recuerdan quién eres y corres al espejo, tu verticalidad está en duda; la pones en duda una y otra vez y por más que te mires al espejo tu desvelo y tus símbolos se retraen dispares, cada uno a su antojo. 

Asumes la torpeza, te llenas de valor y quieres convencerte de que el futuro es hoy, que el destino es tan sólo un simulacro, el arcano cobarde de un somnoliento pájaro que pretende huir del tiempo para ganar su tiempo.

Y yo rezongo, sapo, con mi lengua embrollada, sin un diente de espuma donde morder el hielo y devorar ansioso aquel beso truncado que me robó la luna. 



Capítulo II

No se detiene nunca la caída
yo me desangro, no el cristal. El rito
de decantar la arena es infinito
y con la arena se nos va la vida.

JL Borges. El reloj de arena 



Ella escupió en mi mano

Habíamos compartido un cactus hallado en el camino; ella escupió en mi mano al observar sus púas despellejando el sueño que estábamos urdiendo.

Yo quería, tan sólo, contemplarla en la espera, recorrerla en sus valles, comulgar la tersura en su piel, todo un destino de promesas para beber el fuego y enmarañado en ella, beberme su saliva.

No es cuestión de olvido ser polvo o ser silencio, hablarle con las fauces de mi lengua. Ser oxígeno, viento. Uñas, para arañar su soledad y sus entrañas.

A fin de todo, suelo permanecer allí donde las puertas perseveran cerradas


El párvulo ritual de su mano en mi boca 

Sobre la hierba en danza, mi corazón la flauta, la hojarasca efímera que dirige mis pasos. Pretendo el cielo y sus alturas, el canto de un delfín varado en la inocencia, la orfandad del agua que regresa a la arena con la respiración púrpura y la bondad del lirio. 

No existe aire más limpio que su brillante gesto en el instante inmenso en que abro las alas hacia su impar tersura. Es la porción de vida que regala a mi aliento el unicornio en flor.

De los primeros tiempos, como una sombra que persiste inocua, recuerdo, sobre todo, el párvulo ritual de su mano en mi boca, ese viaje primario al sur de su ombligo, o el sorprender a la luna mirándonos mientras contábamos planetas de espaldas a la arena.

Así, hoy, me he encontrado con la gloriosa bendición del misterio, me he sentado en la arena y ha cobrado sentido la realidad de mi vida, me he conmovido, al sentirla tan cerca, siendo yo invisible. 


Todas las espinas que me forman

Volviste de las cosas dormidas, de un silencio podrido de palabras.

Reculaste, abiertamente fuiste hacia atrás, un ruido pesado languidecía en tus huesos. Rancia y distraída, tu voz, regresó trasnochada a los desiertos donde yacen los dioses olvidados.

Ya no viajas –inmerso en aquel humo, con todas tus cuerdas de garganta– al eterno confort del laberinto donde solías perderte a morir cada día un poquito más, para volver al rato con todo el perfume del regreso.

He vuelto, malherido, pero he vuelto -solías decir- con las manos urgidas en el bálsamo de todos los cuerpos malheridos.

Y he vuelto para no ofrecer nada –insistías- acaso algún narcótico fieramente asombroso, una suma de vacíos sobradamente llenos de omisiones.

Será, por eso, que he pactado con la desnuda sangre del pudor.

Mi boca ya no tiene decoro. Insolente como el dolor de un parto, una adicción fanática se ha estrellado en mi frente y he cortado los filos de mi lengua para mentar tu nombre sin revelar la rosa, que como una flor del mal, clavó sus silencios en todas las espinas que me forman. 


La noche es la música que no oyes

Intenté hablarle alguna vez procurándole un poco de dicciones, acercaba mi boca a su oído, un hilo de mi voz penetraba despacio su paciencia y ella, criatura sin palabras, se abrazaba al silencio de sus ojos reposando en el rostro su dolor.

A su cuerpo, los pájaros, lo besan con demencia. Hay que apagar el fuego, elevarla en su cáliz con pasión, renovarla de sangre y de prudencias, izarla hasta ese barro donde flotan sus manos armadas de ternura.

Pero nada sostiene la sal si ella no inquiere la plata de su carne para que pare el mundo y bajen pasajeros insondables: la angustia, el frío y el miedo.

Qué cautos rincones acaricia su cuerpo, qué pretendidos besos no imprimen en su pecho. Qué astro, de qué mundo, se recrea en su niebla. La sombra es un espejo con el rostro dormido. Las horas son relojes que viajan sin regreso. Pero Ulises regresa en noches despejadas, detenida en relojes sin agujas ni tiempo. Por detrás de la niebla los relojes se paran. El tiempo no se ha ido.

La noche es la música que no oyes. Como la luna llena que a veces te parece oscura. O la inocente lluvia que no riega tus plantas. Pero todo en la vida es milagro para quien tiene ojos.

El insomnio es tan sólo un baile de máscaras. Un ardid que te impide ser quien eres.
Un milagro que no duerme ni muere.
Un insulto, un grito que traspasa.

Barro que se recrea en su vuelo

No sé mucho de hierbas y confundo, unos con otros, los rostros de la gente. El péndulo es un eco sin memoria, pero me hace soñar en manos apretadas, unas con otras, juntas para alcanzar la torre donde crecen misterios que nadie desconoce.

En cambio, sé ceder distancias. Se trata, bien lo sabes, de descifrar la lluvia y alzarte en la palabra, al eco de una estatua que, mirándose al espejo, ondea sus formas y dispersa milagros, ciegamente esperanza, ser inmortal.

Pero yo no sabía que eras reemplazable, creí que nos pertenecíamos los dos, nos dimos los acentos, acercamos rutinas, la sal y el tequila bebimos en un bar.

De este arrabal ilustre, volamos a un desierto para ser tierra, barro que se recrea en su vuelo. 


La noche es para quedarse a vivir en ella

Por muy conmovedor que sea el ocaso, el día radiante llega hasta tu puerta. La cuestión es arder, vibrar donde no existe el tiempo y observar que hay cometas que pasan sin herirte y que no hay más obstáculo que la esbeltez que finges.

Si acaso, alguna piedra por morder, deslumbrara en la historia, donde el orgullo muere y tus manos descansan sin haber nunca roto un plato, sería la nieve, recogiendo tu frío, el único y mordido pan que alcanzará las uñas antes de que el incendio, que a fin de todo eres, se proclame en tus llamas con un beso de fuego. 

Quizá huyan los perros a esconderse en sus madres, a traspasar la sombra perdida entre los tiempos donde la muerte escarba debajo de los miedos, abriendo alguna puerta, a traspasar tu sombra.

Tal que así son los días radiantes del ocaso, pero la noche ¡ay la noche!  La noche es para quedarse a vivir en ella. 


Estoy hundido, lo sé, vente conmigo 

Nada. Tanto camino de juegos malabares, deshojé sus latidos construyendo castillos. Esquivando al destino pretendí un paraíso en la fiesta de sus brazos. 

El presente vacío. Las manos tan cerradas. Las calles tan desiertas. Las madrugadas frías. Los labios entreabiertos sin nada en la boca que me humedezca el alma y ser en su retina el sueño que la nombra. 

Las calles, las esquinas. Las hojas de los árboles. Ya son las tres en punto, mi reloj marca las diez. Su camisa trae barro y huele a planta seca.

He borrado en mi boca las señas de su cuerpo. Las ráfagas son noches, medios días sin destino con el hambre de invierno silenciando caminos.

Estoy hundido, lo sé, vente conmigo.

Esta botella amarga 

La doncella utopía sobre el mantel de hule, tan prudente, tan casta… y mis ojos clavados en sus abiertas faldas.

El reloj ha sonado. Me bajo la camisa. El hule del mantel va cayendo a mis pies. La utopía sin doncella ha zurcido sus faldas.

Me he sentado en el suelo y prosiguen los siglos parados en minutos, mientras la vida sigue sobre un mantel oscuro de hule y sin doncella, ni siquiera botella para manchar de tinto la fruta que es la vida. Y el tinto tan amargo al centro de la mesa.

Y yo a sus pies, doncella, solo y sólo beber. Mi copa son sus pies. Mi trago su diadema. Y usted y yo, doncella, nos vamos a beber el aliento más tierno de esta botella amarga que va a endulzar usted.

Dos círculos de arena marcando los espacios

El día a día la sorpresa. Las lindes son el mar. En el camino los símbolos del hombre aún sostienen castillos que en la cálida tarde van de puerta en puerta con sus manos erguidas a conformar la alquimia que convierten en oro los minutos y el tiempo.

Desplegadas las velas, el destino se encoge achicando horizontes como una hiedra fresca donde prende la vida con toda la humildad de un talismán que florece entre nubes.

Es común la belleza del cielo y del mar, el coraje de estar juntos, sobrevivir a dios y a la pólvora, al aullido cobarde de aquel lobo escondido.

La izquierda es la mano que aguarda el desliz de la derecha.

El mar rastrea el oro desde el barro. Dos círculos de arena marcando los espacios. 


Aquel hombre que se perdió en sus dudas 

Confieso mi pobreza. La conjunción del mármol, el enigma del verso que no busco, la incontenida aurora manchada sin remedio. La sed perdida, el frío rezongón de este día, donde el destino es neutro y arquetipo de los blancos y negros, de los grises colores que nos forman.

El destino nos lleva y nos trae a su antojo, sin conocer la Verdad ni dejarnos apenas conocerla.

Como un cuchillo en su vaina, Inocente, queda el alma en algún rincón de la caverna. Una flecha, un diálogo de acero en la insumisa lengua de animal de presa. Una búsqueda invisible, la extraña suerte de aquel hombre que se perdió en sus dudas.

-No somos lo que parecemos –dijiste– ni parecemos lo que somos. –Cada uno elige la vida que quiere tener –insistías furiosa-.

No somos veletas llevadas por el viento sino arquitectos de nuestro propio destino. 



Capítulo III

Sé que voy a morir porque no amo ya nada.
Manuel Machado



El rubí de un segundo de cantos y osadías

Celebro empecinado lo inútil de la lluvia, fue como un chasquido, un temblor lastimero aquella noche a tientas que nos hizo brindar a sorbos los grisáceos colores en que tornó tu pelo sobre la pálida estampa de mi boca sedienta. 

Cada gota en tus sienes apremiaba a unirse con mi lengua que extendía su adición como un pecado en pacto con el agua.

Un bosque dócil donde el único árbol manso nos llenaba de pájaros mientras crecían raíces desentrañando el vientre de la fruta.

Tenías tu nariz delante de mis uvas, y todos los minutos eran tu cuerpo abierto por mis ojos, tú no decías nada, no preguntabas dónde ni adónde, sólo avivabas mis arterias con tu pulso encendido y un caminar de tangos rescatados del tiempo.

El bronce se esculpía sobre un rumbo de nubes que echarían al mar toda la calderilla amontonada de años, por el rubí de un segundo de cantos y osadías.

Tras la lluvia quedó un charco de palomas que fingían como estatuas no haberse visto nunca. 


Un acuerdo con la sombra y el miedo 

Acá la lluvia. Como una sortija encontrada en los huesos de un camello sediento. Alrededor del círculo, la arena.

Un corazón vacío que lo invade todo. Se ahuyentará del viento la ventana dormida y sus párpados laxos, adosados a mi nuca, danzarán sin memoria, sin los ojos de olvido brillando en el trasluz.

Me sumerjo en un pozo de miedo, abandonado al cuerpo y a sus espinas, seré la estatua que masticará en solitario los paso que no doy tras tu pelo de alfombra. Mis huesos indigentes ocuparán las sombras que dejaron los sueños. 

La arena será el eco de una noche engendrada en el silencio.  El miedo ha caminado las calles con la insolente murga de una sangre alterada buscándose en el bronce de una llave sin frío. El frío en los dientes ha dejado una boca cerrada.

Una araña en el alba forja el fuego y el frío. Ha pactado un acuerdo con la sombra y el miedo. 


Ella cuenta una historia de desastres

Ella tenía la lluvia en su sonrisa, un clamor en los ojos con su asombro.

Ella escuchaba al viento con su pelo revuelto de ilusiones.

Ella insiste, mediática, en razones divergentes y la cabeza ocupada en zurcir su corazón desbaratado.

Ella cuenta una historia de desastres, sus orgías, sus despechos... la telúrica araña de sus miedos.

Yo encubro mi temblor resguardado en la orilla, ajeno a lo marino, pienso en la oscuridad. En la sombra abisal de los colores del mar. 


Esta ciencia errática que no sabe nada 

Noviembre. En los hoteles no se encienden los lirios por la noche. Quedan lejos la arena y el turismo de playa. El cartel luminoso reclama tu atención. Te hace guiños a sabiendas de que estás solo.  Pasan algunos coches iluminando las aceras. Yo estoy parado en un semáforo. Me he habituado tanto a conducir que –incluso al caminar– me paro en los semáforos y miro a los peatones. Observo el bufo que expulsan los andantes e indiferente pongo mis ojos en la vagina abierta de la noche y pronuncio en voz alta: – ¡Hay que ver! – ¡Hay que ver! –me respondo a mí mismo.

Espero que reculen las ortigas. Mi cama es ancha y está vacía. Tanta arena no cabe en mis zapatos. El mar aún no me ha mirado. No entiendo este trayecto sin regreso. Esta ciencia errática que no sabe nada.

Estoy violento. Rojo como un vino maduro en pleno inicio de su decadencia; si bien, aunque me queme el sol, quiero besar la vida, pero me asquea ese dios sin rostro que destierra a los hombres al vacío.  


Sus caderas y piernas también volaron.

Caminas en mis letras, tu imagen es el vientre que se oculta en mi sombra. Beso tu sombra y desnudo tu vientre con mi lengua sedienta, flexible como un junco.

Pretendiste la guerra mientras tus labios rojos se escurrían coléricos profiriendo estampas en tu boca, como aves voraces que se morían de frio.

Yo rompí algún vaso o tragaba cerveza de forma compulsiva y amontonabas tú los cristales rajados para echármelos todos juntos a la cara y más tarde a la basura, donde apuntaba mi suerte.

(Bajo mi voz y observo todo un crujir de vidrios prendidos a un sopor que nos derrota. Habré de hacer callar a mis arterias. Sólo el rubí en su boca derretiría palabras. Mi sangre, palpitando silencios, lame sus vetas, su rojo y su perfume).

Mis manos y mis dedos, mi veneno y mi lengua… todas mis alianzas, volaron como pájaros. Sus caderas y piernas también volaron.  

Aniversarios

Al ritmo de las fechas se suceden memorias, festejos, celebraciones… ahora toca el amor. 

Ayer, ¡quién lo recuerda! mañana el calendario dirá. Y uno aquí persistiendo, desbaratando instantes que tal vez son irrepetibles.

De siempre algunos versos me ciñen la cabeza. En qué arrabal proclamaré está vez al dios que me inhibe.

Lejos estoy del mar y de la hermosa arena donde levanto alas que hagan volar mis pájaros y mi fe.

Pero yo estaba hablando del amor. Del amor que no acaba de encajar. Es un amor zurcido a dentelladas. 

En qué reino en qué guerras se abrirán los jardines. La mansa suerte del que se acerca al oro sin saber qué es el oro. 

Es el destino del que mira a la luna y se observa en ella. 

Yo miro cabizbajo la suerte de la plata. Es un metal prestado de algún amor dormido. Un lecho compartido con la pared por medio. E insisto en el diamante. En la ágil moneda que se salva del fuego.

Yo sé que tú te asombras del fragor de este sándalo de letras. Todo huele a recién pactado.

 Todo huele a concordia deshilada.

Rebirthing

Acá la agenda, como si mirara al mar de los días festivos, es lunes y el calendario nos da la oportunidad de un nuevo comienzo.

Es hermoso este laberinto por donde discurrimos profanos, sin saber cómo, qué, adónde, por dónde… debemos descender hasta el hoyo a iluminar las sombras, multiplicar espejos donde poder mirarnos y sin matar a dios del todo, arar de nuevo el orbe.

Allá podréis ver mi cara de niño retraído, cómo arroja monedas y acaricia el lomo del buen tiempo que me acerca hasta el mar a seguir hilando fábulas con humo y conquistar la arena que el temporal ignora.

El Año Nuevo aguarda. Reseteado de traumas y complejos, me desligo del óxido y del miedo, y de esos ruines consuelos de la suerte para alzarme hasta el bronce y, empinado en mis ojos, llegar hasta la luna que me espera apacible, sentada en su balcón oscuro.

Son infinitos días en que jura el desierto que ama mis despojos. Hoy persisto en la arena y renuncio a mis cruces.

He nacido de nuevo. Soy.




Índice alfabético
Aniversarios 47
Aquel beso truncado que me robó la luna 24
Aquel hombre que se perdió en sus dudas 38
Barro que se recrea en su vuelo 33
Capítulo I 8
Capítulo II 26
Capítulo III 39
Dos círculos de arena marcando los espacios 37
El cíngulo de venus 19
El párvulo ritual de su mano en mi boca 28
El rubí de un segundo de cantos y osadías 40
Ella cuenta una historia de desastres 43
Ella escupió en mi mano 27
Esta botella amarga 36
Esta ciencia errática que no sabe nada 44
Estoy hundido, lo sé, vente conmigo 35
Exordio 3
Índice alfabético 51
La noche es la música que no oyes 31
La noche es para quedarse a vivir en ella 34
Las perplejas aves que levitan el cielo 16
Mirando un árbol con formas de mujer. 11
Quién después del pan, prende la mecha 23
Rebirthing 49
Soy feliz imaginando que tú me deseas a mí 12
Sus caderas y piernas también volaron. 45
Toda tu geografía es trampa 22
Todas las espinas que me forman 29
Toqué su vientre de silencio 13
Tu perfume es la espalda que me das 21
Un acuerdo con la sombra y el miedo 42
Un escultor de bronce va tejiendo los lirios con mis manos 9
Un manso Zeus eyaculando estrellas 20
Yo no hablaré mirándote los muslos 17
Yo sería feliz, si en este día te invento 14



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31 poemas
700 líneas aproximadamente sin contar títulos ni índices
6.000 palabras aproximadamente
Código de registro 1909201974273
Revisión 21092109

sábado, diciembre 27, 2025

EN LOS OJOS DEL BUDA PERMANECE LA CALMA



La soledad no es algo que me molesta
porque siempre tuve este terrible deseo de estar solo
Bukowski

El viento mueve mis cortinas,
pero no siento nada.

Miro por todas partes y no logro encontrar
los pinceles que pintan la conciencia.

Hay un estanque en calma.
La noche está durmiendo.

¡El amor y la pasión no tienen excusas!

Es extraño quererte y no quererte,
no es que no te quiera
es tan sólo
que no te quiero todo el tiempo.

Todo lo que escribo en un papel
está lleno de soledad.

Todo lo que escribo está lleno de soledad.

Lo que escribo está lleno de soledad.

Lo que escribo es soledad.

Escribo soledad.

Soledad.

–Yo soy Soledad.
–Hola qué tal, yo soy el papel.
–Juntos estamos tan solos como separados.

Hay palabras que no importan nada.
Disfruto sin compañía.
Mejor no molestar.

Me siento solo, sólo de sentir
que nadie siente que me sienta solo.

Veo todas las hojas amarillas,
nunca las podré tocar completamente.

Mis ojos no deberían mojarse,
si el día no está a la altura,
los ojos del mundo no deberían mojarse.

Mi corazón no contesta,
el fin del mundo me está pateando,
el fin del mundo patea mi trasero.

A veces quiero ser niebla en la noche,
necesito ser niebla en la noche.

Un instante de viento,
sigue la luna su creciente curso.

Y en los ojos del buda permanece la calma.


La tónica y el vaso,
la ginebra y el hielo,
favorecen la luz
de esta noche sin causa.

Pd: tal vez en realidad tan solo somos dos extraños que se conocen demasiado.




Te dejo una lectura atenta, sin maquillaje y sin camaradería fácil.

EN LOS OJOS DEL BUDA PERMANECE LA CALMA

El poema se construye desde una tensión muy clara:
entre la calma contemplativa (Buda, estanque, noche, luna)
y una soledad que no es mística, sino física, mental, casi obstinada.

La cita de Bukowski no funciona aquí como provocación, sino como confesión inicial: no hay glamour en la soledad, hay deseo, costumbre y cansancio. Ese tono se mantiene con coherencia.

Lo que funciona con fuerza

  1. La progresión de la soledad
    Uno de los grandes aciertos del texto es la reducción progresiva:

Todo lo que escribo en un papel
está lleno de soledad.

Todo lo que escribo está lleno de soledad.

Lo que escribo está lleno de soledad.

Lo que escribo es soledad.
Escribo soledad.
Soledad.

Aquí hay conciencia formal: no es repetición por insistencia, sino por destilación. El lenguaje se va quedando sin cuerpo, como el yo.

  1. El diálogo Soledad / Papel
    Ese pequeño teatro es eficaz porque no dramatiza. No hay reproche ni consuelo.
    “Juntos estamos tan solos como separados” es una frase que podría caer en lo obvio, pero aquí se sostiene porque llega después del vaciamiento, no antes.

  2. Las imágenes de impotencia sensorial

“nunca las podré tocar completamente”
“mis ojos no deberían mojarse”

Hay una idea constante: ver no es poseer, sentir no es alcanzar. Esto conecta bien con tu línea de “no poseer”, incluso sin nombrarla.

  1. El cierre antes del cierre

“Y en los ojos del buda permanece la calma.”

Este verso funciona como eje inmóvil. No resuelve nada. No salva. Simplemente permanece. Muy acertado.

Y luego el añadido:

La tónica y el vaso…

Ese descenso a lo cotidiano evita cualquier lectura espiritualizante. Es un gesto inteligente: volver al mundo.


Donde el poema se debilita un poco (y te lo digo con franqueza)

  • Algunas frases son más declarativas que necesarias:

    “¡El amor y la pasión no tienen excusas!”
    “Hay palabras que no importan nada.”

No estropean el poema, pero no aportan imagen ni tensión. Dicen lo que el poema ya está mostrando mejor en otros lugares.

  • El bloque:

    “el fin del mundo me está pateando,
    el fin del mundo patea mi trasero.”

Tiene fuerza oral, casi bukowskiana, pero rompe levemente la atmósfera de contención que venía construyéndose. No sobra, pero es el verso más “ruidoso” del conjunto.


Sobre el tono general

Este no es un poema de iluminación, sino de lucidez cansada.
El Buda aquí no predica: observa.
Y eso es coherente con todo el texto.

El Pd final:

“tal vez en realidad tan solo somos dos extraños que se conocen demasiado.”

Es muy bueno. Funciona como eco humano de todo lo anterior. Si algún día lo publicas, yo no lo quitaría.


En síntesis

Es un poema honesto, trabajado desde la persistencia, no desde el destello.
No busca consolar ni explicar la soledad: la habita
Por ahora, como lector, te digo: sí, permanece la calma, pero no es una calma fácil. Y eso es lo valioso.

Javier Amable

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del libro: 

Ese barro que nos quedó anegado entre los dientes: No sé de qué habla mi poesía





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miércoles, diciembre 24, 2025

Navidad como gesto de luz. No se apaguen: mantengan una luz encendida




Navidad como gesto de luz

Sentir la Navidad como un viaje de vida implica desplazarla del calendario, del bagaje de agendas, hacia la presencia, quiero decir hacia la objetividad de existencia. No como una fecha prefijada en el calendario de diciembre, sino como un ritmo interior que reaparece para recordarnos algo esencial: que vivir es un tránsito entre luces y sombras, entre lo que nace y lo que se extingue.

La Navidad, en su raíz, es un gesto de luz frente a la oscuridad. No para negar la sombra, sino para franquearla. En ese sentido, la Navidad nos nuestra que la luz no siempre viene de fuera, a veces podemos percibirla como una llama, grande o pequeña, que debemos proteger con nuestras manos.

Podemos percibirla, sentirla, como un viaje hacia nuestra propia vulnerabilidad. El nacimiento —cualquier nacimiento— es frágil. No hay grandeza en su origen, sino desamparo. Y, sin embargo, ahí reside su potencia, lo que empieza pequeño y frágil nos obliga a reorganizar el mundo a su alrededor. La Navidad nos recuerda lo decisivo suele llegar sin ruido, sin imponerse, sin pedir permiso.

Hay además un movimiento de retorno, un samsara, ese interminable ciclo de nacimientos y muertes. Cada año volvemos a un lugar que ya no es el mismo porque nosotros tampoco lo somos. La Navidad funciona como espejo del tiempo, nos muestra quiénes fuimos, quiénes somos ahora y qué parte de nosotros sigue buscando un hogar. En ese retorno hay memoria, pero también posibilidad de transformación.

Y, de alguna manera, la Navidad es un viaje hacia el otro. No existe sin la hospitalidad, sin el gesto de abrir espacios para que algo o alguien pueda entrar. Ese gesto, tan sencillo y tan difícil, es quizá la forma más profunda de filosofía práctica, pura metafísica: reconocer que la vida no se sostiene sola, que necesitamos ser acogidos y acoger, ser útil a los demás.

Quiero entender que la Navidad interpretada o intuida como viaje de vida no es un invariable y monótono ritual que se repite cada año, sino un recordatorio de que seguimos en el camino. Que cada año nos ofrece la oportunidad de nacer de nuevo, de reconciliarnos con nuestro frio interior, nuestra propia intemperie y de encender una luz que no pretende vencer a la noche, sino acompañarnos en la oscuridad que es a veces la propia vida.

No se apaguen

Mantengan una luz encendida

En este viaje que es la vida, brindo por lo esencial, por lo que empieza, por lo que amamos y cuidamos y por lo que aún buscamos.

Feliz Navidad y que no se apague la búsqueda



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